Era seis de diciembre y de nuevo las palabras brotaron de sus dedos. Un sentimiento inexplicable se había apoderado de su ser, y se vio en la necesidad de retomar el oficio olvidado, aquel que un día la mantuvo en vilo mientras le daba la vida a borbotones.
Aquel día algo se había movido en su interior, durante la tarde había ocurrido algo que la había turbado sobremanera. Se había levantado rápida hacia el baño para diluir sus ojos de panda, forjados en los últimos capítulos de su última lectura, “Los círculos del alma”.
Sin necesidad de hipnosis retrocedió en la búsqueda de su perpetuo dolor, salió a la calle acompañada de sus fieles amigos, esperando diluir en la oscuridad de la tarde, todo aquel repentino dolor extra que la estaba embargando.
Dio gracias a Dios por haber puesto aquella bella historia en su camino y por comprobar que su continuo déjà vu no la hacía única.