La oportunidad es un ente efímero, fugaz, algo que pasa y se agarra al vuelo, solo una vez, no más.
La oportunidad es tan o más rápida que la vida, es un punto de camino, imperceptible en gran parte de las ocasiones, ahí el misterio de su pérdida común. Con las oportunidades estar alerta no es suficiente, el estado de atención no es la clave.
El secreto de la oportunidad podría compararse con una suerte algo más seria, más solemne, de más enjundia. La oportunidad no es parte del juego, no es una lindeza, es el juego mismo.
Por ello me gusta afirmar de manera casi categórica que las segundas oportunidades no existen, nada que no se fabrique es capaz de repetirse.
Las oportunidades no son sentencias firmes, son posibilidades infinitamente minúsculas de abrir un pequeño poro, un escape de morosidad ante la deuda, esa que una vez satisfecha no hará saltar de nuevo al lugar de donde nos encontramos temporalmente, para al final, acabar marchando definitivamente.