Ahora ya no tengo excusa, el posado de pies en Instagram dio la bienvenida al verano -yo toda ingenua, presumiendo de uñas azules, creyendo haber hecho la foto del siglo, y como siempre, ya lo habían inventado; parece ser que eso de fotografiar los pies en la arena es un clásico estival, comparable con el posado de Ana Obregón o Norma Duval, por poner un ejemplo.
Está visto que lo de ser la primera o la originalidad no es lo mio.
Dejando de lado el tiempo y el verano, y sin dilatar más esta verbigracia que parece que se ahogó antes de que llegaran los calores entra en materia sin más dilaciones.
No es la primera vez – por supuesto, soy yo, Lamari, la que va a partir del dos- que pienso en los principios universales, y es que no puedo dejar de hacerlo, cada día interactuamos más con todo tipo de congéneres y creo necesario, cada vez más, un código de conducta común, al margen de cultura y educación.
Entiendo que cualquier concepto no numérico siempre dará lugar a matices y que la empresa es difícil, pero digo yo que, una civilización que ha sido capaz de pervivir durante siglos, desmoronándose y volviendo a resurgir, que ha conseguido ir al espacio, plantar cara a las enfermedades y aprovechar para crear unas cuantas, tener creencias religiosas, establecer sociedades, condensar información en un punto minúsculo y un millón y medio de cosas más, está preparada para activar un código mundial de entendimiento entre los seres humanos.
Si, entre seres humanos, no hablo de líderes de ningún tipo, ni de países, naciones, o como se les quiera llamar a todas esas porciones de terreno que aglutinan gente de toda clase y condición, que trabaja cada día o hace quizá el intento; me refiero a esa masa humana que se entiende cada día en la calle, en el autobús, en el supermercado o haciendo una gestión; esa gran mayoría que se ve sometida al capricho funcional de unos pocos y que sufre por la inoperancia de éstos.
Me irrita el maltrato gratuito de unos hacia otros que pulula en el ambiente de forma impune, fruto de la intransigencia rebotada, de la frustración acumulada, del descaro lanzado de forma desproporcionada hacia el más débil.
Me duele ser el blanco. Y todavía me duele más, que sigamos haciendo fotos de los pies mientras todo esto sigue pasando.