Creo que si alguna vez me decanté por estudiar ciencias puras en lugar de letras mixtas fue no solo por mi facilidad para las matemáticas sino porque no hay nada más claro que una evaluación científica y a mí, si hay algo que me gusta en esta vida, son las cosas muy claras. No hay nada más claro en esta vida que la afirmación que dos más dos son cuatro y que dos y dos son veintidós. En el terreno de las letras sin embargo, es más difícil eso de puntuar, porque depende de muchos factores y sobretodo, la subjetividad encubierta da lugar a muchas variaciones. Siempre hay un ligero cambio en el punto de vista, un matiz que puede acercarte al diez o te puede acercar al suspenso, queramos o no, siempre va a depender de la ideología del corrector porque ahí quieras o no quieras no pone uno siempre lo que pone el libro uno deja su pequeño matiz.
¿Qué porqué me he puesto hoy con ésto?
Pues por muchas cosas y por ninguna. Una de ellas, la autopublicación. Hay personas que escriben muy bien y otras que no tanto, eso lo sabemos todos pero a pesar de ello, para acercarnos a la corrección, lo dejaremos en en las personas que escriben, sin especificar.
Partiendo de una calidad similar, existen una serie de factores que intervendrán de manera positiva o negativa en el desarrollo editorial de una obra.
El factor suerte: Empezaré por el más banal y menos dañino, ese que nos hace soñar y nos da ilusión y fuerza para seguir, ahí, escribiendo para uno, como el que se pone a hablar delante del espejo. Y aquí vale seguir la máxima de quien la sigue la consigue, como aquel que juega a la lotería, que lo hace convencido de que le va a tocar -debo explicar, a modo de anécdota que yo, ante la compra de lotería, para no sentirme estafada con la pérdida, me autoexplico que al comprar lotería uno compra ilusión y que como tal, llega un instante en que ésta, acaba desvaneciéndose.
El factor económico: No quiero dejar el más crudo y real para el final, pero es su lugar. El dinero no te da ilusión, no te da felicidad, pero que ayuda a conseguirla, es una de esas realidades que solo suman en moneda. Con dinero, uno puede pagar un corrector de estilo, una atractiva maquetación y todo un evento publicitario -aquí debo explicar que esta misma mañana ojeaba un libro en un centro comercial, un de éstos que exponen con el cartel de “Los más vendidos”. Me fijé que en cada página apenas se podían leer cien palabras, casi parecía un libro infantil. Tenía doscientas páginas lo que aproximadamente nos daba una obra impresa en tapa dura que contenía dos mil palabras, poco más que una entrada de blog un poco trabajada. Costaba veinte Euros. ¡Veinte Euros para leer dos mil palabras!
Viendo ésto, si uno no se siente además de escritor un tanto suertudo, no vamos a ser tan traviesos como para poner a nuestros amigos en el trago de tener que comprar nuestro libro autopublicada en nuestra autopresentación en la biblioteca del barrio.
Hoy estoy irreverente y deslenguada y posiblemente mañana o la semana que viene, me pongo en faena y publico, autopublico o patinetepublico un libro de dos mil palabras y me quedo tan satisfecha.
Y como decían en los telediarios: “ Así son las cosas y así se las hemos contado”