Por una u otra razón, quizá porque soy un fantasiosa, que no fantástica, soy de la opinión que la mejor de mis historias aún está por escribir, y resulta raro, cuando no, anacrónico, poder afirmar ésto, ya que la experiencia vital, sea usurpada o propia, hace tiempo que dejó de ser una de mis prioridades, ya que de un tiempo a esta parte, todo va en miras de un final y hasta por matar gente me ha dado, de manera metafórica, aunque no ficticia.
Quiero con ésto aclarar, que estoy trabajando en una serie de ficciones sobre supuestos crímenes, por supuesto, contaminados de toda aquella información que soy capaz de procesar de manera consciente o inconsciente.
La razón de comenzar con ésta saga, que supongo algún día alguien publicará – sino lo haré yo misma- fue la muerte del familiar de un conocido, que desde un primer momento, no me cuadró en nada el relato.
Mis ganas se fueron acentuando cuando con el paso de tiempo, por cosas de la vida y errores de la gente, tuve que volver a escuchar esa misma historia, la del familiar del conocido, con muerte en muy distintas circunstancias. Quisiera añadir también, que el cambio de guión sobre el hecho fue en más de una ocasión y además por la misma persona.
Por si todo ésto no fuese poco para notar un picorcillo casuístico en la nariz, todas las versiones llegaban a mí en un ambiente pro desarrollo personal, paz con uno mismo y motivos por un igual y curiosamente, en un terreno escarpado, desabonado por completo y a la vez de aparente fácil acceso.
Todo ésto hacía que mi curiosidad aumentase por momentos y que las ganas de escribir sobre el crimen de José María Galán, sí, no digo muerte, digo crimen porque nadie, ante un óbito, da tantas vueltas ni tantas explicaciones, durante tantísimos años ni a gente que le trae completamente al pairo.
Toda esta historia -bueno- para ser exacta- todas las versiones de esta historia, tienen un halo extraño que las rodea, por ello mi imaginación no puedo evitar crear la historia unificada del asunto, pero de la misma forma que la escribí y la guardé, como si de una maldición se tratase, acabé perdiendo ese relato, seguramente, el archivo contenedor, se fue a través de las nubes u otros depósitos virtuales, para alcanzar un más allá y un descanso que no había conseguido en el plano de los mortales.
Bueno, todo esto para explicar mi pena ante la pérdida, no de la persona, la cual hace más de cuarenta años que murió y además no conocí, sino mi pena ante mi pérdida de control durante la emoción que produce encontrarse ante el relato de tu vida, aunque ni sea tu vida, y encima se trate de muerte.
Si la vida y la fuerza me acompaña, la reescribiré...