
Mi norte excepcional ha marchado a pasear, ayer se encorsetaba dentro de una brújula dorada, que como carcel de lujo lo mantenía firme y a punto. Hoy perdió su identidad, la aguja imantada extrapoló la jaula a través del cristal, dejó su personalidad recluída para divagar entre nuevas identidades, la de un este preso que estrena el régimen abierto y la de un oeste salvaje que lo lleva a la libertad condicional, mientras el sur queda lejano, limpio y caluroso.
Un exterior polvoriento, contaminado, sucio y señalizado, rebosante de corderillos alocados -un híbrido asonante hijo de los borregos despersonalizados y de vacas locas anarcas- se retuerce de dolor ante tanto apezuñe unísono, castrense y consonante.
Los destinos cruzados de la brújula dan la nota de color y de alegría, ajenos a la peligrosidad, no tanto de la situación que se intenta remediar sino de la que está por llegar.
Hay un lugar donde estallan las brújulas, donde el aire está limpio, donde no llega el mal, sino es el final.
Una brújula estallada es como un espejo quebrado, el resto magia…
