Ahora cualquiera sale en un programa haciendo de cualquier cosa que no es: periodista, cocinero, costurero o famosillo. Lo de los famosillos, mi querida amiga Marina -la escort jubilada- lo lleva fatal. Ella vivió inmersa en el mundo de los placeres desde su cuna. Siempre recordaba a su madre, doña Marisa, que en petit comité presumía de ser la mejor prostituta de la ciudad, y de como nunca nadie supo quienes fueron los hombres que la hicieron madre. Nadie fuera de su círculo más íntimo lo supo jamás. Y mucho menos de su origen, que ese si que era grande, como ella decía “Yo soy de alto standing, como los edificios del Paseo de Gracia“. Y es que ella había nacido allí. Y quizá llevaba en sus genes es discrección, esa “clase”, que su familia biológica le debió regalar.
Yo misma, con tanto escribir y visualizar, podría ser considerada de intrusismo laboral, pero como mi afición no pasa de eso -vamos, que no hay oro ni plata de por medio- pues no levanta ampollas a ningún humano ni transhumano. Intentar que el significado de creer no vaya más allá de opinar pone fronteras a un pensamiento que no tiene límites. Poner una puerta al pensamiento invita a la desobediencia, a creer en lo que se ve y en lo que no, a sentir mucho más allá de lo que los músculos y la piel permiten, y volviendo de manera cíclica, mistérica e inexplicable como la primera creación de la materia previa, como ese yo que vive en mi y que solamente yo conozco.
