Hay días en que las idas y venidas conceptuales se acentúan de tal forma que constituyen en nosotros un auténtico vaivén emocional.
Algunos estudiosos de la numerología que se han cruzado en mi humilde vida, siempre han coincidido en el sino de soledad que me acompañará durante toda mi existencia, pese a estar constantemente en la mejor de las compañías.
Y lo cierto es que me siento así. Siempre ha sido así. Todo ha sido y es así.
El tema numérico, y no solamente contemplado con aquellos ojos que ven más allá de lo físico, empezó a aislarme en el mismo momento en que tuve conocimiento de su existencia. La facilidad para la interpretación y su juego, desde bien niña, me convirtió en ese ser extraño y objetivo de burlas y maldades, algunas de ellas, me acompañaron durante muchos años. El tiempo que iba pasando nunca fue suficiente para algunos que resultaron ser superfanáticos de la venganza servida bien fría.
La docena siempre fue mucho más que una docena de huevos, desde mi nacimiento en la docena más uno multiplicada por dos y en medio como el jueves, el cuatro de la semana. Lo del mes ya venía de familia: un padre tres, una madre doce, una hermana seis y una servidora nueve. La reiteración del doce apareció en mi nueva familia, en la (doce por dos) que yo un día formé, en día veinticuatro: Mi compañero en doce, mi hijo en doce, mi hija en doce, respecto al día y tres, uno y once (doce) para los meses. Mi pareja me dejó para siempre en veinticuatro, doce por dos y justo a los treinta y tres años, como la estancia del hijo del padre en la tierra, para salvarnos, y de la misma forma él me salvó, pero ahora ya no está y todo parece haber vuelto al mismo punto años atrás, el instinto de destrucción ha vuelto y ahora apenas quedan ya excusas que me amarren a esta tierra, estoy rodeada de almas libres que por alguna razón heredaron una libertad y una autonomía por la que yo siempre luché. Ahora, en plena pandemia, las secuelas de los supervivientes se hacen cada día más visibles por muy escondidas que se gesten: las depresiones, las ansiedades, las psicopatologías empiezan a ser distinguidas entre nuestros semejantes desde las vertientes menos iniciadas en los temas. El síndrome de la locura nos está invadiendo, nos está atacando casi con la misma virulencia que el virus que nos ha llevado, a modo de guinda de un pastel, al filo de un precipicio que, si bien siempre estuvo ahí, siempre existió, solo unos pocos eran capaces de vislumbrar su presencia, de ni tan siquiera presentir su amenaza.
A la reina del doce más uno por dos, el mar le queda lejos, el llano representa impávido su estado, a modo de encefalograma plano, desprovisto de cualquier modo de vida. Y sigue lejos del acantilado que siempre tuvo por frontera, sin saber el momento en que se materializará su caída y quizá vuelva a la vida.
