Nada más pisar la calle pudo comprobar que aquel bicho negro y veloz que vio amagarse bajo el mueble del televisor y que tras mover el pesado elemento no encontró, no era más que, como siempre, el aviso de una nueva marcha. La vecina lamentaba la pérdida de su hermana a causa de la Covid. Una muerte más dentro de estos tiempos fatídicos que a los que quedamos, nos toca transitar.
Pasados unos días y coincidiendo el mesiversario de la desaparición más dolorosa, un sueño desveló algunos acontecimientos todavía por llegar.
La parada del autobús se encontraba llena a rebosar. Diferenció entre los viajeros a aquel que hacía unos meses la había abandonado, con su vestuario tan conjuntado siempre, con aquellos pantalones beige que compró en Sevilla hace unas temporadas y que tan bien le sentaban. No llevaba colgada de su hombro aquella bandolera donde guardaba la cartera, el móvil, las gafas y todos aquellos enseres necesarios para callejear libremente. En su lugar, portaba una bolsa de viaje, se vía muy llena, pero su contenido no parecía bajarle el hombro. Una sensación extraña.
Entre la multitud que se agolpaba en la parada pude reconocer a una amiga, también maga. Una auténtica, de las buenas. Ella no llevaba su cargada mochila negra que porta a diario, iba con un bolso marrón, tipo cartera. La vi muy arreglada, diferente al resto de los días, que acostumbraba a ir siempre deportiva.
Quería acercarme con mi coche pero pese a no haber tráfico alguno, no podía, algo me impedía conseguirlo. Una sensación de ansiedad se instaló en mi cuerpo y me desperté del sueño.
Ese día dejé de sentir su aliento al lado de mi cuello. Ese día, al llegar a casa, me di cuenta que estaba allí su cartera, su teléfono, su pantalón, todas sus cosas.
Ese día mi amiga, comenzó un viaje peligroso entre aguas de diferentes ríos…
