Un día más filosofando en las mareas de samaritanismo y la idiotez, entre el poder de la palabra y el valor de los silencios. Muchas horas de meditación callejera y casera con la única compañía, a ratos, de Reus -mi perro autista- y Wendy -mi perra quinceañera completamente sorda- y es que a los humanos no les ando con mis monsergas, primero porque son mías y segundo porque lo del poder de la palabra -idea que últimamente escucho hasta la saciedad, me entra menos que todo lo que expliquen en una clase de física cuántica.
Lo de ser un buen samaritano o un primo en toda regla es algo que para bien o para mal, practico con frecuencia. La verdad es que no soy ni mejor ni peor que el resto, sencillamente no siempre me paro a pensar las cosas y eso de que en ocasiones soy consciente y me jacto de ello, de dar muchas vueltas a las cosas. ¡Pero es que hay cosas y cosas! Pensar en que me va a reportar asistir a un evento o no, a parte de un posible contagio, no se me ocurre. Miro la parte buena, lo que puedo aprender, lo bien que puede ser hacer un «break» en mi monótona cotidianeidad, nada más. Pero eso no necesito ni pensarlo, me va de serie.
Cuando estos días se presentan, me decido por las tareas manuales, me es completamente imposible concentrarme en la corrección de mi último trabajo, con cuya elaboración estoy disfrutando mucho. Se trata de unos episodios que tienen como protagonista a Mariona, uno de los personajes de mi novela Raval Rojo. Y bien, como quieta tampoco puedo estar y hace mucho frío para tener la casa abierta, no puedo pintar cajitas… he cocinado una pizza. Y he confeccionado un video casero explicando la elaboración paso a paso.
Una manera como otra cualquiera de pasar el sábado y por supuesto sin repetir mantras del tipo «Que me toque la lotería» porque no juego nunca, básicamente. Jugar me gusta poco, y jugármela, todavía menos, quizá por ello pongo poca conciencia en mis acciones y acabo siendo mejor o peor persona de lo que soy, según la ocasión. A quien me dice que hay que poner siempre, mucha conciencia en las cosas que hacemos, pero yo no llego a tanto, si pongo conciencia en respirar no hablo, y si no hablo, no puedo contar con el poder de la palabra, y si escribo no cuenta, porque me dicen que lo tengo que decir a viva voz, total, que como lo mío es expresarme por escrito porque ni leer bonito sé, pues me veo que me quedo no apta para cumplir sueños y conseguir objetivos. Ante eso y para no hundirme en la miseria humana que llevo dentro, respiro hondo por la mañana y doy gracias por el nuevo día, porque me dicen también, que lo de dar las gracias, es bueno.
Besos