De la misma forma que la meteorología reinante, inestable y agitada, la vida circundante y todos sus participantes, mimetizan esas características impregnando las horas de su existencia de un balanceo vertiginoso, trepidante, peligroso…
Ante éste último, esa masa humana que contribuye al teatrillo, se exaspera concienzudamente, traduciendo tal irritación en una especie de cólera que derrama sobre el resto de la humanidad, a la que culpa en primera instancia de todas sus culpas. Esta conducta individual no es más que una muestra de otras muchas individualidades que, aturdidos por el feroz movimiento, a una velocidad a la que son incapaces de seguir, despliegan todo un abanico de malas conductas con el total convencimiento de que el resto de sus congéneres está en su contra y que no hace más que defenderse sutilmente del asedio. Así, mientras el individuo patea la vida en lugar de amarla, una sensación de frustre embriaga hasta la saciedad, provocando una bronca continua, que desemboca en un aislamiento aún estando rodeado de otras personas: El individuo no escucha por sistema, solo se oye a sí mismo. De esa forma, el resto, todos aquellos que tienen la ocasión de cruzarse en su camino, no son más que una panda de incompetentes, que no saben, no entienden, no escuchan.
Pondré un par de ejemplos a modo de ilustración:
- Buenas tardes, ¿me abre usted esa puerta por favor, que mis hijos quieren ir al baño?
- Buenas tardes, le abro la puerta de enfrente, que es la que va a los baños. Suban la escalera y a mano derecha los encuentra.
- ¿Tampoco puedo dejar las mochilas?
- Todavía no se puede entrar, no hay ningún responsable.
Entonces, la mujer en cuestión, recoge cuatro mochilas de encima de una mesa y con la otra mano, no sé como, ensarta cuatro niños de medida escalonada.
Se dirige a la persona que le atendió, que se encontraba ajustando unos horarios de trabajo con otro compañero, y en todo insolente y alterado, le da las gracias mientras sale escopeteada a la calles.
Las trabajadoras se quedan asombradas ante la reacción, se preguntan que le habrá pasado. Siguen a lo suyo, cuadrando horarios. Una de ellas observa como la mujer, muy alterada, cruza la transitada calle sin mirar, cargada de carteras y criaturas: Coloca las bolsas en el maletero en el auto -uno de esos coches altos preparados para terrenos difíciles que usan muchos para la ciudad, rojo, impecable por cierto-
Pasado un rato, la mujer vuelve junto con su equipaje, el humano y el de colgar en la espalda, todo en una mano. Se acerca al la mujer y le suelta en los hocicos un moco del diez.:
- Que sepa que me parece una falta de respeto lo que me ha hecho -la otra mira a su interlocutora toda loca, intentado descubrir que ocurrió que ella se perdió- es indignante -prosigue diligente sin dar tregua ni tan siquiera al pensamiento de su ya adversaria- que usted me envíe con cuatro niños a hacer pis a la calle, teniendo una actividad aquí en un rato – rato que por cierto, se extendía por unos cuarenta y cinco minutos de los diez previstos…- hay es cuando la otra entiende y dadas las formas establecidas por la asaltante, decide contra todo pronóstico y sin medir las consecuencias, defenderse.
- Perdone pero creo que usted no me entendió, quizá no me expliqué bien…Aquí lo único que ha pasado es que yo le he abierto la puerta y le he indicado donde estaba el baño y usted en lugar de subir… ya no digo que primero me diera las gracias… ha salido gritándome, junto con sus hijos, a la calle… Yo, como aquí me las tengo que tragar todas -ésta, evidentemente no- me he callado y he pensado que usted no tenía un buen día…
- Ah, entonces ha sido un malentendido por ambas partes… entonces… lo dejamos aquí, ¿de acuerdo?
La otra asiente. No dice nada y continúa con lo que estaba haciendo. Pasados unos minutos, una de las niñas se le acerca y le dice:
- Hola, yo le decía a mi madre que nos habías abierto la puerta para ir al baño, pero no me ha hecho caso…. como a tí. ¿puedo ir al baño?
Le abre la puerta a la niña y ésta sube por las escaleras al servicio. Al bajar le explica a su madre que el baño es muy grande y huele muy bien…
La oficinista sonríe, pero solo un poco.
Acabado el entreno, la presidenta vuelve a la oficina para llevarse unas copias con los nuevos horarios. La otra le refiere el incidente:
- A la vuelta me ha dicho que era una falta de respeto que tuviera que ir a un bar fuera de la instalación para usar el baño.
- ¿Y tú no la has sacado de su equivocación?
- Y tanto que lo he hecho.
- ¿Se habrá disculpado no?
- ¡Qué va!
- Entonces… -la presidenta la mira con lo ojos extraabiertos…
- Pues me ha dicho que ha sido un malentendido por ambas partes.
- ¡Hija de puta! ¡Qué morro!
- Bueno, no pasa nada… ya estoy acostumbrada… y además, con la niña me he reído mucho, sobretodo mirando a la madre de reojo, que palidecía viendo como su hija la dejaba como una persona que no escucha delante mío…
Más tarde, una tormenta monumental culminó la tarde. El agua formó en pocos minutos un auténtico río que bajaba la calle.
En el vestíbulo, los niños se explayaban ajenos a todo, despreocupados y como siempre, sin nadie que se preocupe de ellos. Campaban a rienda suelta por todos los rincones, tirados por el suelo, haciendo aviones con los pasquines publicitarios que nunca harán su auténtica función, metiéndose tras las máquinas, tocando los cables con los pies mojados, entre otras actividades, mientras sus padres y madres toman café ajenos a todo, hablando de sus cosas, alardeando de algún nuevo tratamiento de belleza o de la cartera de clientes que recién acaban de aumentar…
Por un momento se quiebra la extraña armonía reinante entre los progéneres.
La mujer de la oficina pregunta a un chiquillo que está a punto de volarse la cabeza con una barra que a donde va. De forma contradictoria, se destroza la armonía con un denso silencio, roto esta vez por una señora fondona de cabello graso y desgreñado que devora unos Donuts con Cacaolat.
- ¡Niños, que hoy no se puede pasar!
Por el tono… debía haber sido informada de la versión deforme del incidente anterior.
Al otro lado de la escena, la sufridora de la tarde comenta en esta ocasión y de manera dual la hazaña, a dos de sus compañeros. Ambos por respuesta al cuento, dan la misma :
- Ni hoy ni ningún día.
Nuevamente una tormenta cae violenta sobre las aceras.
Unas horas después, agotados tras tanta agresión, tomaron el camino de vuelta a casa. Ya no llovía, la temperatura era agradable y en la calle reinaba un prodigioso silencio.
No sé… espero que si no ilustra, por lo menos, entretenga.
Buen Finde a Todos!