Una de las cosas que más coraje me da en esta vida, es sin duda, tratar con alguien sin palabra. Es cierto que quizá mi condición humilde y con un estricto sentido del honor. Debo aclarar que para mi la honorabilidad es un valor de especial importancia, quizá porque desde muy chica me enseñaron que si por cuna había nacido sin dinero, que menos que tener una cara que poder presentar siempre de frente.

No quiero decir con esto que nunca haya errado -que lo he hecho y mucho- pero nadie puede decir que soy del tipo de personas afines al refrán aquel de “Donde dijo digo ahora dice Diego”.

Lamentablemente, de esas hay muchas y seguro que en su gran mayoría no son conscientes del mal que pueden llegar a provocar con sus cambios, aunque aveces no sea de forma premeditada.

Hubo tiempos en los que uno llevaba unos zapatos al remendón y los pagaba cuando los recogía, incluso en ocasiones, cuando cobraba; Hoy en día los encargos se pagan todos por adelantado, sin no hay dinero, no hay trabajo. Alguna vez llegué a escuchar que una venta se sellaba con un apretón de manos, hoy en día, no está segura ni con el dinero en el bolsillo.

Ha cambiado todo tanto… Aunque nunca hayan faltado personas de palabra endeble o de aquellos que se sienten muy por encima de su adversario en el trato, ahora parecen actuar de forma soez, a la vista, diciéndole a uno tonto en su cara, y como siempre, sigue habiendo pardillos que pierden como muy poco, la fe en sus semejantes.