No puedo evitar sentir mucho coraje al comprobar que las redes sociales de personas que ya no están continúan abiertas como si el propietario estuviese aquí. Y lo peor de todo, lo que me más me irrita es cuando llega una honomástica o un cumple, y los amigos por las redes, esos que ni siquiera saben que el homenajeado ya no es candidato a la adjudicación del covid ya no está con nosotros y los muy lerdos, publican en su página cosas del estilo, «Felicidades tio, a ver que te pagas si nos vemos».
A la mierda, que rabia, toda esa gente que no te conoce apenas, que un día aceptas por tal o por cual, y que es tan amigo tuyo que no se ha enterado que hace más de un año que ya no estás aquí, en el espacio y tiempo que compartimos. Mi desazón no va con los familiares que bien o no conocían el nombre y usuario para darle descanso en paz o que quizá dejan abierto a modo de tributo el sitio, mi disgusto va por los fantasmas listillos desubicados y también, porqué no por los gestores del cotarro, que ante una usurpacicón de personalidad con delito se amparan en o se que cosas, que detectan antes un copyright que una necrológica, o que se niegan a mirar documentos acreditativos de una persona física o jurídica.
Estoy segura que todos sabemos de lo que estoy hablando. ¿ Algún gestor de redes se puede hacer una idea de lo que es encontrar en una red social un mensaje de alguien que ya hace días que nos dejó? ¿Alguno se molesta en comprobar si quien está detrás quedó autorizado a publicar? Recuerdo el caso de un vecino que cayó fulminado en el ascensor de su casa y a las pocas hora, cuando nadie en el barrio conocía la triste noticia, se vienen a enterar por la red social del finado donde publicaba: «La pasada madrugada, cuando volvía de mi turno de noche en la fábrica, un infarto me partió el corazón en dos, alejándome de mis seres queridos para siempre, te amo Elena, Carmen, Selena, Triana, hasta la eternidad y mucho más.
Elena, Carmen, Selena y Triana eran la esposa e hijas del difunto. Alguna de ella tuvo la idea -no voy a juzgarla ni calificarla- de informar de la muerte de aquel hombre de aquella manera, en primera persona. No faltó, no debo dejar de decirlo, que no faltó quien afirmó que era el propio occiso quien, desde el más allá, había querido dejar testimonio de su fallecimiento.
Dicho esto y ya más tranquila, aprovecho para felicitar a todos aquellos que hoy siguen aquí, y pueden reirse o enrabiarse con esta reflexión, que dados los tiemos que corren, es mucho más que un artículo de lujo.
Muchas salud para todos!